EL ADIÓS
El ocaso refrescaba en las rosas.
Inquietos por turbar ese desfalleciente encanto,
seres desconocidos, voluptuosamente,
atenuaban las cosas
con velos de jacinto, semejantes al mar.
Todo se borraba en un silencio calmo
convirtiéndose en imperceptible ayer.
Las cosas que morían parecían inmortales,
otras, lánguidamente, se exhalaban al cielo,
y para que al pensar no quedaran más penas,
olvidándonos, se decían olvidar.
Pero, en esa hora suprema
nuestros rostros tendían aún a la felicidad,
rezagados en la tarde, en el adiós, en el llanto,
en nosotros mismos rezagados;
querríamos, aunque sea en vano toda esperanza,
revivir el día hermoso y, solos, alcanzar la noche,
pues solos, no sabemos separarnos de las cosas,
a la hora en que el perfume se separa de las rosas,
y la luz de nuestro umbral.
Charles van Lerberghe
Poesía Francesa Simbolista, ed,GREDOS. 2005
pag 130
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