jueves, 30 de diciembre de 2010

Myopia - Black Ice

Artista: Black Ice
Album: Myopia
Género: BatCave, Post-Punk, DarkWave
País: USA
Año: 2007 (Hungry Eye Records)
Formato: Mp3




Tracklist:
01 in the dark
02 in ruins
03 elements of chance
04 signals
05 blind spots
06 imitation/imagination
07 my fever
08 hypnagogia
09 in the dark (reprise)


Official Site



Myspace
You can BUY their original in their myspace, their official site, and the Hungry Eye Records page.

Here is an direct link to all the discography, you can get the original cd's here: http://mungaso.com/blackice/discography/index.html




DO NOT NEVER EVER FORGET ABOUT SUPPORT THE ARTISTS BY BUYING TO THEM.
support Black Ice, they're sublime and still alive. SUPPORT THEM OR I'LL KILL YOU!!!






Download:
PLEASE BUY DIRECTLY TO ARTISTS, BY THEIR WEBSITES AND SO. PAGES LIKE AMAZON ARE NOT RELATED TO THEM AND DO NOT RESPECT NEITHER THEIR EFFORTS NOR THEIR WORKS. (THEY KEEP ALL THE MONEY, GIVING NOTHING TO THEIR RIGHTFUL OWNERS)
Por favor compra directamente a los Artistas, a través de sus sitios web y sitios por el estilo. Paginas cpmo Amazon no están relacionados con ellos y no respetan ni sus esfuerzos ni sus obras.(conservan todo el dinero, sin dar nada a sus propietarios legítimos)

jueves, 23 de septiembre de 2010

Religious Equipment(2009) - Columbine


Artista: Columbine
Album: Religious Equipment
Género: Industrial, Dark elektro
País: USA
Año: 2009 (self-released)
Formato: Mp3

Tracklist:
1 Pornstar Prophecy 3:07
2 You Should Be Ashamed 6:22
3 Kill Kollective 6:18
4 Under My Skin 3:09
5 For The Children 4:32
6 Deny And Lie (You Were The One That Made Me Want To) 3:47
7 Eulogy Black 2:16
8 Eulogy Blue 2:58
9 Aside Away 6:36
10 Ask Yourself 3:26
11 Outlet

Columbine Myspace
(here you can GET THE ORIGINAL CD) ((BUY IT!!!))

DO NOT NEVER EVER FORGET ABOUT SUPPORT THE ARTISTS BY BUYING TO THEM.
support Columbine, they're sublime. SUPPORT THEM OR I'LL KILL YOU!!!
(related band: Psyclon Nine)


DOWNLOAD:

PLEASE BUY DIRECTLY TO ARTISTS, BY THEIR WEBSITES AND SO. PAGES LIKE AMAZON ARE NOT RELATED TO THEM AND DO NOT RESPECT NEITHER THEIR EFFORTS NOR THEIR WORKS. (THEY KEEP ALL THE MONEY, GIVING NOTHING TO THEIR RIGHTFUL OWNERS)
Por favor compra directamente a los Artistas, a través de sus sitios web y sitios por el estilo. Paginas cpmo Amazon no están relacionados con ellos y no respetan ni sus esfuerzos ni sus obras.(conservan todo el dinero, sin dar nada a sus propietarios legítimos)

jueves, 16 de septiembre de 2010

Villiers de L'Isle Adam - El deseo de ser un hombre





Al señor Catulle Mendès
Uno de esos hombres ante quienes la Naturaleza
puede alzarse y decir: «¡He aquí un Hombre!»
-Shakespeare, Julio César



Daban las doce en el reloj de la Bolsa, bajo un cielo estrellado. En aquella época, aún pesaban sobre los ciudadanos las exigencias de una ley militar y, siguiendo las instrucciones relativas al toque de queda, los sirvientes de los establecimientos todavía iluminados se apresuraban a cerrar.

En los bulevares, en el interior de los cafés, los quemadores de gas de los candelabros desaparecían, uno a uno, en la oscuridad. Se oía desde fuera el ruido de las sillas puestas de cuatro en cuatro sobre las mesas de mármol; era el momento psicológico en que cada camarero juzgaba oportuno indicar, con un brazo que terminaba en un trapo, las horcas caudinas de la puerta trasera a los últimos consumidores.

Aquel domingo silbaba el triste viento de octubre. Escasas hojas amarillentas, polvorientas y ruidosas, llevadas por ráfagas de aire, chocaban con las piedras, rozaban el asfalto; luego, como murciélagos, desaparecían en la sombra, despertando la imagen de unos días banales vividos para siempre. Los teatros del bulevar del Crimen donde, durante la noche, se habían apuñalado a placer todos los Médicis, los Salviati, y los Montefeltre, se erguían, guaridas del Silencio, con las puertas cerradas guardadas por sus cariátides. Por momentos, coches y peatones se hacían más escasos; aquí y allá lucían ya los escépticos faroles de los traperos, fosforescencias liberadas por los montones de basura entre los que erraban.

A la altura de la calle Hauteville, bajo un farol, en la esquina de un café de apariencia bastante lujosa, un gran transeúnte de fisonomía saturnina, de mentón lampiño, andar sonambulesco, largos cabellos grises bajo un sombrero Luis XIII, guantes negros, bastón con empuñadura de marfil y envuelto en una vieja y regia hopalanda azul, forrada de un dudoso astracán, se había detenido como si dudase maquinalmente en cruzar la calzada que lo separaba del bulevar Bonne-Nouvelle.

¿Regresaba a su domicilio este anacrónico personaje? ¿Lo había conducido hasta esta esquina el azar de un paseo nocturno? Por su aspecto, hubiera sido difícil precisarlo. Al ver, de repente, a su derecha, uno de esos espejos estrechos y largos como él mismo -especie de espejos públicos contiguos, a veces, a los escaparates de los cafetines famosos-, se detuvo bruscamente, se plantó, de cara, frente a su imagen y se miró, deliberadamente, desde las botas al sombrero. Luego, repentinamente, levantando su sombrero con un gesto que denotaba su anacronismo, se saludó con una cierta cortesía.

Su cabeza, de improviso al descubierto, permitió entonces reconocer al ilustre trágico Esprit Chaudval, apellidado Lepeinteur, llamado Monanteuil, vástago de una muy digna familia de pilotos de Saint-Malo y a quien los misterios del Destino habían llevado a convertirse en primer actor en provincias, cabecera de cartel en el extranjero y rival (a menudo afortunado) de nuestro Frédérick Lemaître1.

Mientras se contemplaba con cierto estupor, los camareros del café cercano ponían los abrigos a los últimos clientes habituales, les entregaban los sombreros; otros sacaban ruidosamente el contenido de las huchas de níquel y amontonaban en un platillo la recaudación de la jornada. Esta prisa, esta turbación provenía de la amenazadora y repentina presencia de dos agentes que, de pie en la entrada y con los brazos cruzados, hostigaban con su fría mirada al retrasado patrón.

Muy pronto colocaron los tableros de madera en sus bastidores de hierro, salvo el del espejo que por extraño descuido fue olvidado en medio de la confusión general.

Después el bulevar quedó muy silencioso. Chaudval, solo, indiferente a toda esta desaparición, había permanecido en su estática actitud en la esquina de la calle Hauteville, en la acera, ante el olvidado espejo.

El lívido y lunar espejo parecía dar al artista la sensación que éste hubiera sentido al bañarse en un estanque; Chaudval temblaba.

¡Ay!, digámoslo, en ese cristal cruel y sombrío, el actor acababa de descubrir que envejecía.

Constataba que su cabello, ayer todavía entrecano, se tornaba de una blancura lunar. ¡Se acababa! ¡Adiós aplausos y coronas, adiós rosas de Talía, laureles de Melpómene! ¡Tenía que despedirse para siempre, con apretones de manos y lágrimas, de los Ellevious y de las Laruettes, de las libreas de gala y elegancias, de las Duzagons y de las ingenuas!

Había que bajar a toda prisa del carruaje de Tespis y verlo alejarse, llevando a sus compañeros. Luego, contemplar cómo desaparecían en un lejano recodo del camino, en el crepúsculo, los estandartes y banderolas que por la mañana flotaban al sol sobre las ruedas, juguetes del alegre viento de la Esperanza.

Chaudval, repentinamente consciente de su cincuentena (era un hombre excelente), suspiró. Una neblina cruzó ante sus ojos; una especie de fiebre invernal se apoderó de él y la alucinación dilató sus pupilas.

La feroz fijeza con que contemplaba el providencial espejo terminó por dar a sus pupilas esa facultad de agrandar los objetos y de saturarlos de solemnidad, que los fisiologistas han constatado en aquellos individuos afectados por una emoción muy intensa.

El largo espejo se deformó bajo sus ojos, cargados de ideas confusas y átonas. Recuerdos de la infancia, de playas y olas plateadas le bailaron en el cerebro. Y ese espejo, sin duda a causa de las estrellas que penetraban su superficie, le produjo, al principio, la sensación del agua dormida de un golfo. Luego, hinchándose más, gracias a los suspiros del viejo, el espejo adquirió el aspecto del mar y de la noche, esos dos viejos amigos de los corazones solitarios.

Durante algún tiempo esta visión lo embriagó, pero detrás de él, el farol que encima de su cabeza enrojecía la fría llovizna, le pareció, al verlo reflejado al fondo del terrible espejo, como la luz de un faro, de color sanguinolento, que señalaba el camino del naufragio al navío perdido de su futuro.

Sacudió su vértigo y enderezó su elevada estatura, con una carcajada nerviosa, falsa y amarga, que hizo estremecer a los dos guardias, bajo los árboles. Felizmente para el artista, éstos, creyendo que sería un borracho despistado, o algún enamorado decepcionado, continuaron su paseo oficial sin dar mayor importancia al desdichado Chaudval.

-¡Bien, renunciemos! -dijo simplemente en voz baja, como el condenado a muerte que, despertado bruscamente, dice al verdugo: «Estoy a su disposición, amigo.»

El viejo actor se aventuró, entonces, en un monólogo, con embrutecida postración.

-He obrado prudentemente -continuó-, cuando encargué la otra noche a la señorita Pinson, mi buena amiga (que es dueña de la oreja del ministro y también de su almohada), que me proporcionase, entre dos declaraciones ardientes, el puesto de farero que ocuparon mis padres en las costas de poniente. ¡Claro! ¡Ahora comprendo el extraño efecto que me ha producido ese farol en el espejo!... Era mi subconsciente. Pinson enviará mi nombramiento, seguro. Y me retiraré al faro como un ratón en el queso. Iluminaré a los barcos en la lejanía, en el mar. ¡Un faro! Eso tiene siempre el aire de un decorado. Estoy solo en el mundo: ese es el asilo que, decididamente, más conviene a mis últimos días.

De pronto, Chaudval interrumpió su ensoñación.

-¡Ah! -dijo, palpándose el pecho bajo su levita-, pero... esa carta que me entregó el cartero en el momento en que salía, ¿será la respuesta?... ¡Cómo! ¡Iba yo a entrar al café para leerla y me olvido de hacerlo! ¡Verdaderamente, estoy perdiendo facultades! ¡Bueno! ¡Aquí está!

Chaudval acababa de extraer de su bolsillo un ancho sobre, de donde sacó, tan pronto como lo hubo roto, un pliego ministerial que recogió febrilmente y leyó, de un vistazo, bajo la roja luz del farol.

-¡Mi faro!, ¡mi nombramiento! -exclamó-. ¡Estoy salvado, Dios mío! -añadió como por una vieja manía mecánica y con una voz de falsete tan brusca, tan diferente a la suya, que miró a su alrededor, creyendo que había otra persona.

-Vamos, calma y... ¡seamos un hombre! -repuso en seguida.

Pero, ante esta palabra, Esprit Chaudval, apellidado Lepeinteur, llamado Monanteuil, se detuvo como convertido en una estatua de sal; esa palabra parecía haberlo inmovilizado.

-¿Qué? -continuó tras un momento de silencio-. ¿Qué es lo que acabo de desear? ¿Ser un Hombre?... Después de todo, ¿por qué no?

Se cruzó de brazos mientras reflexionaba.

Hace ya cerca de medio siglo que represento, que interpreto las pasiones de los demás sin sentirlas nunca, puesto que en el fondo nunca he sentido nada. ¿Sólo para hacer reír, soy semejante a los otros? ¿Acaso soy una sombra? ¡Las pasiones!, ¡los sentimientos!, ¡los hechos reales! ¡REALES!, eso, eso es lo que caracteriza al HOMBRE propiamente dicho. Por lo tanto, puesto que la edad me fuerza a entrar en la Humanidad, debo procurarme una pasión, o algún sentimiento real... porque es la condición sine qua non, sin la que no podría aspirar al apelativo de Hombre. Este es un razonamiento sólido; está lleno de sentido común. Así pues, elegiré aquélla que esté más relacionada con mi resucitada naturaleza.

Meditó y luego prosiguió con melancolía:

-¿E1 amor?... demasiado tarde. ¿La Gloria?... ¡ya la he conocido! ¿La Ambición?... ¡Dejemos esa quimera para los políticos!

Repentinamente, lanzó una exclamación:

-¡Ya lo tengo! -dijo-: ¡EL REMORDIMIENTO!... es lo que mejor se corresponde con mi temperamento dramático.

Se contempló en el espejo adoptando un rostro convulso, contraído, como por un horror sobrehumano:

-¡Eso es! -concluyó-: ¡Nerón! ¡Macbeth! ¡Orestes! ¡Hamlet! ¡Erostato! ¡Los espectros!... ¡Oh, sí! ¡Yo también quiero ver verdaderos espectros!, como todos aquéllos que tenían la suerte de no poder dar un solo paso sin espectros.

Se golpeó la frente.

-Pero, ¿cómo?... ¿Soy tan inocente como un cordero que duda en nacer?

Y tras una nueva pausa:

-¡Ah! ¡Que no quede por eso! -añadió-: ¡para conseguir un resultado no hay que escatimar esfuerzos!... Tengo perfecto derecho a convertirme, a cualquier precio, en lo que yo debería ser. ¡Tengo derecho a la Humanidad! ¿Es preciso cometer crímenes para sentir remordimientos? Pues bien, vengan los crímenes: ¿qué importa si es por... por un buen motivo? Sí... ¡Sea! -y se puso a dialogar-: Voy a perpetrar horrores. ¿Cuándo? Inmediatamente. ¡No lo dejemos para mañana! ¿Cuáles? ¡Uno solo!... ¡Pero grande! ¡De extravagante atrocidad! ¡Que haga salir del infierno a todas las Furias! ¿Cuál? ¡Diablo, el más brillante!... ¡Bravo! ¡Ya está! ¡UN INCENDIO! Así pues, sólo tengo tiempo de incendiar, de hacer mis maletas, de volver, debidamente guarecido tras el cristal de algún coche, para gozar de mi triunfo entre la multitud espantada, de recoger las maldiciones de los moribundos, y coger el tren del Noroeste con suficientes remordimientos para el resto de mi vida. Después, ¡me esconderé en mi faro!, ¡en la luz!, ¡en pleno Océano! Donde la policía no podrá descubrirme nunca, al ser mi crimen desinteresado. Y allí agonizaré solo-. En ese momento, Chaudval se irguió, improvisando este verso de corte absolutamente cornelliano:

-¡Libre de sospecha por la grandeza del crimen!

-Está todo dicho. Y ahora -terminó el gran artista recogiendo una piedra tras haber observado en torno suyo para asegurarse de la soledad que lo rodeaba- y ahora, tú ya no reflejarás a nadie.

Y lanzó la piedra contra el cristal que se rompió en mil brillantes pedazos.

Una vez cumplido este primer deber y huyendo a toda prisa -como satisfecho por esa primera, pero enérgica proeza-, Chaudval se precipitó hacia los bulevares donde, algunos minutos después y a su señal, se detuvo un coche en el que subió y desapareció.

Dos horas después, las llamaradas de un inmenso siniestro, que surgían de unos grandes almacenes de petróleo, de aceite y de cerillas, se reflejaban en todos los cristales del barrio del Temple. Muy pronto, las escuadras de bomberos, rodando y empujando sus aparatos, acudieron de todos lados, y sus trompetas, al enviar lúgubres gritos, despertaban sobresaltados a los habitantes del populoso barrio. Innumerables y precipitados pasos resonaban en las aceras: la multitud se agolpaba en la plaza del Chateau-d’Eau y calles vecinas. Pronto se organizaron en cadena. En menos de un cuarto de hora, un destacamento de tropas formaba un cordón alrededor del incendio. Los policías, con el sanguinolento resplandor de las antorchas, impedían la afluencia humana a las cercanías.

Los coches, detenidos, ya no circulaban. Toda la gente vociferaba. Se distinguían gritos alejados entre el crepitar terrible del fuego. Las víctimas, cercadas por este infierno, aullaban y los tejados de las casas se desplomaban sobre ellas. Un centenar de familias, las de los obreros de los talleres que ardían, se quedaban sin recursos y sin asilo.

Allá lejos, un solitario carruaje, cargado con dos gruesas maletas, permanecía detenido detrás de la masa reunida en Chateau-d’Eau. Y en ese vehículo estaba Esprit-Chaudval, apellidado Lepeinteur, llamado Monanteuil que, de vez en cuando, descorría la cortinilla y contemplaba su obra.

-¡Oh! -se decía en voz baja-. ¡Me siento lleno de horror ante Dios y ante los hombres! Sí, sí, ¡ésta es la obra de un réprobo!...

El rostro del viejo actor resplandecía.

-¡Oh, infeliz! -murmuraba-, ¡qué vengadores insomnios voy a padecer entre los fantasmas de mis víctimas! ¡Siento surgir en mí el alma de Nerón, quemando Roma por exaltación artística!, ¡de Erostato, incendiando el templo de Efeso por amor a la gloria!..., ¡de Rostopskin, incendiando Moscú por patriotismo!, ¡de Alejandro, quemando Persépolis por galantería hacia su Thais inmortal! Pero yo, yo incendio por DEBER, al no tener otro modo de existencia. ¡Incendio porque me debo a mí mismo!... ¡Me desquito! ¡Qué Hombre voy a ser! ¡Cómo voy a vivir! Sí, al fin sabré lo que se siente cuando se está atormentado. ¡Qué noches de magníficos horrores voy a pasar tan deliciosamente!... ¡Ah!, ¡respiro!, ¡renazco!, ¡existo!... ¡Cuando pienso que he sido actor! Ahora, como sólo soy, para los groseros ojos humanos, carne de cadalso, ¡huyamos con la rapidez del rayo! Vamos a encerrarnos en nuestro faro, para gozar allí en paz de nuestros remordimientos.

Al atardecer del día siguiente, Chaudval, después de llegar a su destino sin obstáculos, tomaba posesión de su viejo faro desolado, situado en las costas septentrionales: desusada llama sobre una construcción en minas, y que una merced ministerial había resucitado para él.

Apenas si la señal podía ser de alguna utilidad: no era sino una redundancia, una sinecura, un alojamiento con fuego sobre la cabeza y del cual todo el mundo podía prescindir, salvo Chaudval.

Así pues, el digno actor, tras haber transportado allí su lecho, víveres y un gran espejo para estudiar sus efectos de fisionomía, se encerró inmediatamente, al abrigo de toda sospecha humana.

Alrededor de él se quejaba el mar, en el que el viejo abismo de los cielos bañaba sus estelares claridades. Observaba cómo las olas asaltaban su torre bajo las ráfagas de viento, al igual que el Estilita contemplaba cómo las arenas chocaban contra su columna cuando soplaba el siroco.

A lo lejos seguía, con una mirada perdida, el humo de los barcos o las velas de los pescadores.

A cada instante, este soñador olvidaba su incendio. Subía y bajaba la escalera de piedra.

Al atardecer del tercer día, Lepeinteur, llamémoslo así, sentado en su habitación, a sesenta pies de altura sobre las olas, releía un periódico de París en el que se contaba la historia del gran incendio ocurrido la antevíspera.

Un desconocido malhechor había lanzado algunas cerillas en las cubas de petróleo. Un monstruoso incendio que había tenido en pie, toda la noche, a los bomberos y al pueblo de los barrios vecinos, se había declarado en el barrio del Temple.

Cerca de cien victimas habían perecido: desgraciadas familias quedaban sumidas en la más negra miseria.

La plaza entera estaba en duelo y humeaba aún.

Se ignoraba el nombre del miserable que había cometido el delito y, sobre todo, el móvil del criminal.

Ante esto, Chaudval saltó de alegría y, frotándose las manos febrilmente, exclamó:

-¡Qué éxito! ¡Qué maravilloso criminal soy! ¿Estaré bastante atormentado? ¡Qué de espectros veré! ¡Ya sabía yo que me convertiría en un Hombre! ¡Ah! El medio utilizado ha sido duro, estoy de acuerdo; pero, era preciso... ¡necesario!

Al releer el diario parisino, como allí se mencionase que se iba a dar una representación extraordinaria a beneficio de los damnificados, Chaudval murmuro:

-¡Vaya! Hubiera debido prestar la colaboración de mi talento en beneficio de mis víctimas! Sería mi función de despedida. Declamaría Orestes. Habría estado tan natural...

Chaudval comenzó a vivir en su faro.

Las tardes pasaron, se sucedieron, y las noches.

Ocurría una cosa que dejaba estupefacto al artista. ¡Una cosa atroz!

Contrariamente a sus esperanzas y previsiones, su conciencia no le reprochaba remordimiento alguno. ¡No se le aparecía ningún espectro! No sentía nada, ¡pero absolutamente nada!...

No podía creer en el Silencio. No salía de su asombro.

¡A veces, al contemplarse en el espejo, se daba cuenta de que su cabeza bonachona no había cambiado nada! Entonces, furioso, se abalanzaba sobre las señales y las falseaba, con la radiante esperanza de hacer naufragar a lo lejos, alguna embarcación, con el fin de ayudar, activar, estimular el rebelde remordimiento ¡para excitar a los espectros!

¡Todo era en vano!

¡Estériles atentados! ¡Inútiles esfuerzos! No sentía nada. No veía ningún fantasma amenazador. La desesperación y la vergüenza lo ahogaban de tal manera que, ya no dormía. Tanto que una noche, habiéndosele declarado una congestión cerebral en su luminosa soledad, sufrió una agonía en la que gritaba al ruido del océano y mientras los grandes vientos de mar adentro azotaban su torre perdida en el infinito:

-¡Espectros!... ¡Por amor de Dios!... ¡Que vea aunque sólo sea uno! ¡Me lo he ganado!

Pero el Dios que invocaba no le otorgó tal favor, y el viejo histrión expiró, declamando siempre, en su vano énfasis, su gran deseo de ver espectros... sin comprender que era él, él mismo, lo que buscaba.

FIN




1. Frédérick Lemaître: Famoso actor romántico.
Recuerda comprar los libros, las editoriales tambien necesitan soporte... sobre todo cuando no venden porquerías como esa plaga comercial de... bueno, ya sabrán.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Faith in Oblivion - Uninvited Guest


Artista: Uninvited Guest
Album: Faith in Oblivion
Género: Gothic Rock, Glam rock
País: Reino Unido
Año: 2005 (self-produced)
Formato: Mp3

Tracklist:
1. Cross my Heart
2. Angel Boy
3. Beautiful Orchid
4. When you're dead
5. Hollow
6. Holy Infanticide
7. Tool of Control
8. The Devil's Toybox
9. Requiem
10. Bows and Angels


Official site click here


Dean Hathaway

Lucas Swann

Jane Dalton Miss 616

Rikky Raze


DO NOT NEVER EVER FORGET ABOUT SUPPORT THE ARTISTS BY BUYING TO THEM.
support UG, they're sublime. SUPPORT THEM OR I'LL KILL YOU!!!


MySpace
(here you can BUY their cd's)


Download:
PLEASE BUY DIRECTLY TO ARTISTS, BY THEIR WEBSITES AND SO. PAGES LIKE AMAZON ARE NOT RELATED TO THEM AND DO NOT RESPECT NEITHER THEIR EFFORTS NOR THEIR WORKS. (THEY KEEP ALL THE MONEY, GIVING NOTHING TO THEIR RIGHTFUL OWNERS)
Por favor compra directamente a los Artistas, a través de sus sitios web y sitios por el estilo. Paginas cpmo Amazon no están relacionados con ellos y no respetan ni sus esfuerzos ni sus obras.(conservan todo el dinero, sin dar nada a sus propietarios legítimos)

In the Dark - Phaidia

Artista: Phaidia
Album: In The Dark
Género: Deathrock, Post-punk
País: Japón
Año: 1985
Formato: Mp3

Tracklist:
a1.-Dark Side
a2.-Jaaku na Kage
a3.-Chikashitsu no Akuma Tachi
a4.-Senryaku
a5.-Yami no Jikoku
b1.-Darkness Rain
b2.-Dead End Love
b3.-Shinigami
b4.-Madness Area
b5.-Ayatsuri Ningyou

http://www.myspace.com/phaidiafanpage

(I would say to you DO NOT FORGET ABOUT BUY ORIGINAL, but I suspect this can't be gotten anymore)

Download:

PLEASE BUY DIRECTLY TO ARTISTS, BY THEIR WEBSITES AND SO. PAGES LIKE AMAZON ARE NOT RELATED TO THEM AND DO NOT RESPECT NEITHER THEIR EFFORTS NOR THEIR WORKS. (THEY KEEP ALL THE MONEY, GIVING NOTHING TO THEIR RIGHTFUL OWNERS)
Por favor compra directamente a los Artistas, a través de sus sitios web y sitios por el estilo. Paginas cpmo Amazon no están relacionados con ellos y no respetan ni sus esfuerzos ni sus obras.(conservan todo el dinero, sin dar nada a sus propietarios legítimos)

sábado, 28 de agosto de 2010

Tengo un imperio...

Tengo un imperio de ego y terror, esplendente de decadencia. Si vienes en busca de la Angustia, entra: la hallarás aquí; entra, entra si te atreves. Es un imperio… que surgió cuando se construían castillos en el aire. Ese tiempo tal vez pasó antes de mí, tal vez pasó después del caos y antes del orden… tal vez ese tiempo jamás existió. Aún así, yo lo construí, cuando se hacían castillos en el aire. En él nunca hubo reyes ni mandatos, en él la enfermedad y el libertinaje blasonan sus puertas. Se halla en una región extemporal e infraterrena, y vive y respira, y su aliento es éter y sus muros son mercurio. Es muy fácil perderse, porque, todo el tiempo que estoy en él (y eso es siempre) las estancias crecen y se tuercen, y a veces cambian de posición o de lugar; otras, surgen nuevas puertas que conducen a otros pasillos, y que en ocasiones regresan a la misma habitación.


Antes, había un gran pájaro azul con plumas de hierro cortante y una canción elegíaca que se posaba doliente sobre mi hombro y se alimentaba de las amapolas, los abrojos y las malas hierbas creciendo en los resquicios. La soledad y yo nos amábamos y nos alimentábamos uno de otro, y de los muros del castillo que habíamos creado. Tengo un imperio de ego, terror y artificio, donde las torres se han caído de tedio y sus famélicos y enfermos habitantes ya no pueden consumir los muros que se desplomarían, demasiado ruinosos ya, y que cada segundo se corroen ante mis ojos hastiados. La soledad se hastió de mí como yo me hastié de ella; tengo suficiente con mi propia sangre y mi propio veneno verde y negro. El pájaro azul de las plumas como bisturís, comenzó a oscurecerse, gradualmente, mientras la crónica enfermedad que había contraído renovaba sus plumas desde dentro, sin tirarlas, sólo haciéndolas mutar; y el ave se depauperaba y lanzaba súbitos trinos agónicos con su dulce voz de elegía, que comenzaba a tornarse áspera, hasta devenir en graznidos cada vez mas acérrimos. Ahora sonrío cruelmente cuando el macilento pájaro endrino, casi negro, se posa sobre mi hombro y se fatiga, lanzando sus fúnebres y perversas notas que ahora espurrean venablos, atosigados con el odio que succionó de mí una vez, con la probóscide que oculta en su garganta; el odio que en su interior creció como un parásito, aún unido a su fuente en mí, y que fue el origen de su enfermedad. Sonrío cruelmente, porque su azul me comenzaba a exasperar, pareciéndome demasiado natural. Sonrío y le clavo los dientes en las alas, y me fatigo.


Arrastrando mi apatía y mi inexplicable cansancio, miré los trozos de oro engastados en el mercurio; mientras los muros se rompían, el oro me produjo asco y aversión; entonces volví todos los elementos dorados, plateados, y después, cenicientos.


Tengo un imperio de ego, terror, artificio, esteticismo y absurdo. Las navajas endrinas y los espejos que obsesionan, las agonías sensuales y los envenenamientos delirantes, los retruécanos y el maquillaje, las sonrisas crueles que se mueren de hambre, observando criaturas andróginas y asexuales; la belleza enfermiza, las pasiones que perturban, el placer de la crueldad y la estética de las heridas, las hadas verdes, las pesadillas, las cenizas y la enfermedad... y los espirítus que se caen de fatiga y las torres que se caen de tedio... Lo hice cuando se construían castillos en el aire. Resplandece de decadencia... El éter voluptuoso y las ideas mercuriales.


ARTificial Absinthe


jueves, 26 de agosto de 2010

Guy de Maupassant - Suicidas

(Recuerda comprar libros, ¿qué será si no de las buenas editoriales que aun restan, las que se interesan primero por la literatura y despues por el lucro? Aún existen esas editoriales, por dificil que tal cosa sea de creer en esta epoca tan banal, tan horrendamente pragmática y a la vez tan ridículamente académica.
Quizás después haga un listado de ellas.)


No pasa un día sin que aparezca en los periódicos la relación de algún suceso como éste:
"Anoche, los vecinos de la casa número tal de la calle tal oyeron dos o tres detonaciones y, saliendo a la escalera para saber lo que ocurría, entre todos pudieron comprobar que se habían producido en el cuarto del señor X. Al abrir la puerta de dicho cuarto --después de llamar inútilmente-- vieron al inquilino tendido en el suelo, sobre un charco de sangre y empuñando aún el revólver con el cual se había ocasionado la muerte.

"Se ignora la causa de tan funesta determinación, porque el señor X. vivía en posición desahogada y, teniendo ya cincuenta y siete años, disfrutaba de bastante salud."

¿Qué angustiosos tormentos, qué ocultas desdichas, qué horribles desencantos convierten a esas personas, al parecer felices, en suicidas?

Indagamos, presumimos al punto, dramas pasionales, misterios de amor, desastres de intereses, y como no se descubre jamás una causa precisa, cubrimos con una palabra esas muertes inexplicables: "Misterio, misterio".

Una carta escrita poco antes de morir, por uno de los muchos que "se suicidan sin motivo", cayó en mi poder. La juzgo interesante. No descubre ningún derrumbamiento, ninguna miseria espantosa, nada de lo extraordinario que se busca siempre para justificar una catástrofe; pero pone de relieve la sucesión de pequeños desencantos que desorganizan fatalmente la existencia solitaria de un hombre que ha perdido todas las ilusiones y acaso explique --a los nerviosos y a los sensitivos, al menos-- la tragedia inexplicable de "suicidios inmotivados".

Leámosla:

"Son ya las doce de la noche. Cuando haya escrito esta carta, voy a matarme. ¿Por qué? Trato de razonar mi determinación, para darme cuenta yo mismo de que se impone fatalmente, de que no debo aplazarla.

"Mis padres eran gentes muy sencillas y crédulas. Yo creí en todo, como ellos.

"Mi engaño duró mucho. Hace poco, se desgarraron para mí los últimos jirones que me velaban la verdad; pero hace ya bastantes años que todos los acontecimientos de mi existencia palidecen. La significación de lo más brillante y atractivo se me presenta en su torpe realidad; la verdadera causa del amor llegó incluso a sustraerme de las poéticas ternuras.

"Nos engañan estúpidas y agradables ilusiones que se renuevan sin cesar.

"Envejeciendo, me había resignado a la horrible miseria de las cosas, a lo vano de todo esfuerzo, a lo inútil que resulta siempre la esperanza: cuando una luz nueva inundó el vacío de mi vida esta noche, después de comer.

"¡Antes yo era feliz! Todo me alegraba: las mujeres al pasar, las calles, mi vivienda, y aun la hechura de mis ropas constituía para mí una preocupación agradable. Pero las mismas ideas, los mismos actos repetidos, monótonos, acabaron por sumergir mi alma en una laxitud espantosa.

"Todos los días, a la misma hora, durante treinta años, me levanté de la cama; y todos los días, en el mismo restaurante, durante treinta años, a las mismas horas, me servían los mismos platos mozos diferentes.

"Me propuse viajar. El aislamiento que sentimos en ciudades nuevas, en residencias desconocidas, me asustó. Sentíame tan abandonado sobre la tierra, tan insignificante, que volví a tomar el camino de mi casa.

"Y, entonces, la inmutable fisonomía de los muebles, fijos en el mismo lugar durante treinta años, las rozaduras de mis sillones, que yo conocí nuevos, el olor de mi casa --cada casa que habitamos, con el tiempo adquiere un olor especial-- acabaron produciéndome náuseas y la negra melancolía de vivir mecánicamente.

"Todo se repite sin cesar y de un modo lamentable. Hasta la manera de introducir --al volver cada noche-- la llave en la cerradura; el sitio donde siempre dejo las cerillas; la mirada que al entrar esparzo en torno de mi habitación, mientras el fósforo se inflama. Y todo me provoca --para verme libre de una existencia tan ruin-- a tirarme por el balcón.

"Mientras me afeito, cada mañana me seduce la idea de degollarme, y mi rostro, el mismo siempre, que se refleja en el espejo con las mejillas cubiertas de jabón, muchas veces me hizo llorar de tristeza.

"Ni siquiera me complace tropezar con personas a las cuales veía con gusto hace tiempo; las conozco tanto que adivino lo que me dirán y lo que les diré; a fuerza de razonar con las mismas, descubrimos la ilación de sus ideas. Cada cerebro es como un circo donde un pobre caballo da vueltas. Por mucho que nos empeñemos en buscar otros caminos, por muchas cabriolas que hagamos, la pista no varía de forma ni ofrece lances imprevistos ni abre puertas ignoradas. Hay que dar vueltas y más vueltas, pasando siempre por las mismas reflexiones, por los mismos chistes, por las mismas costumbres, por las mismas creencias, por los mismos desencantos.

"Al retirarme hoy a mi casa, una insistente niebla invadía el bulevar, oscureciendo los faroles de gas, que parecían candilejas. Pesaba el ambiente húmedo sobre mis hombros como una carga. Seguramente hago una digestión difícil.

"Y una buena digestión lo es todo en la vida. Ofrece inspiraciones al artista, deseos a los jóvenes enamorados, luminosas ideas a los pensadores, alegría de vivir a todo el mundo, y permite comer con abundancia --lo cual es también una dicha. Un estómago enfermo conduce al escepticismo, a la incredulidad, engendra sueños terribles y ansias de muerte. Lo he notado con frecuencia. Es posible que no me matara esta noche, haciendo una buena digestión.

"Después de haberme acomodado en el sillón donde me siento hace treinta años todos los días, miré alrededor, creyéndome víctima de un desaliento espantoso.

"¿De qué medio valerme para escapar a mi razón macilenta, más horrible aún que la desordenada locura? Cualquier empleo, cualquier trabajo me parece más odioso que la acción en que vivo. Quise poner en orden mis papeles.

"Hacía tiempo que deseaba registrar los cajones de mi escritorio, porque durante los treinta últimos años había metido allí, al azar, las cartas y las cuentas. Aquel desorden llegó a preocuparme algunas veces; pero me sobrecoge una fatiga tal en cuanto me propongo un trabajo metódico y ordenado, que nunca me atreví a empezar.

"Esta noche me senté junto a mi escritorio y abrí, resuelto a preservar algunos papeles y romper la mayor parte.

"Quedeme de pronto pensativo ante aquel hacinamiento de hojas amarillentas; luego cogí una.

"¡Oh! Si aprecian en algo su vida, no toquen jamás las cartas viejas que guardan los cajones de su escritorio. Y si no pueden resistir la tentación de abrirlos, cojan a granel, con los ojos cerrados, los paquetes de cartas para tirarlos al fuego; no lean ni una sola frase, porque sólo ver la escritura olvidada y de pronto reconocida, los lanza en un océano de recuerdos; quemen esos papeles que matan; cuando estén hechos pavesas, pisotéenlos para convertirlos en impalpables cenizas... Y si no lo hacen así, los anonadarán como acaban de anonadarme y destruirme.

"¡Ah! Las primeras cartas no me han interesado; eran de fechas recientes y de personas que viven y a las que veo, sin gusto, con alguna frecuencia. Pero, de pronto, la vista de un sobre me ha estremecido. Al reconocer los rasgos de la escritura se han cubierto mis ojos de lágrimas. Era la letra de mi mejor amigo, del compañero de mi juventud, del confidente de mis esperanzas. Y se me apareció tan claramente, con su bondadosa sonrisa, tendiéndome las manos, que sentí un escalofrío penetrante; hasta mis huesos vibraron. Sí, sí; los muertos vuelven. ¡Lo he visto! Nuestra memoria es un mundo más acabado aún que el universo; ¡puede hacer vivir hasta lo que no existe!

"Con la mano temblorosa y los ojos turbios, recorrí toda su carta, y en mi pobre corazón angustiado he sentido un desgarramiento espantoso. Mis lamentaciones eran tan lastimosas, como si me hubiesen magullado las carnes.

"Así he ido remontándome a través de mi vida, como remontamos un río, luchando contra la corriente. Aparecieron personas olvidadas, cuyos nombres no puedo recordar; pero su rostro sí lo recuerdo. En las cartas de mi madre resucitan criados antiguos, el aspecto de nuestra casa y mil detalles nimios que una inteligencia infantil recoge.

"Sí; he visto de pronto los vestidos que usó mi madre en distintas épocas y, según la moda y según el tocado, mostraba una fisonomía diferente. Sobre todo me obsesionaba con un traje de seda rameado, y recuerdo que un día, llevando aquel traje, me amonestó dulcemente: 'Roberto, hijo mío, si no procuras erguirte un poco, serás jorobado toda tu vida'.

"Luego, al abrir otro cajón, aparecieron las prendas marchitas de mis amores: un zapatito de baile, un pañuelo desgarrado, una liga de seda, trencitas de pelo, flores... Y las novelas de mi vida sentimental me sumergieron más en la triste melancolía de lo que no vuelve. ¡Ah! ¡Las frentes juveniles orladas con rubios cabellos, las manos acariciadoras, los ojos insinuantes, la sonrisa que promete un beso, el beso que asegura un paraíso!... Y ¡el primer beso!... Aquel beso delicioso, interminable, que ofusca la mirada, que abate la imaginación, que nos posee y nos glorifica, ofreciéndonos a la vez un goce ideal y la promesa de otros goces deseados.

"Cogiendo con ambas manos aquellas prendas tristes de lejanas ternuras, las cubrí de caricias furiosas y en mi corazón desolado por los recuerdos sentía resonar cada hora de abandono, sufriendo un suplicio más cruel que las monstruosas leyendas infernales. ¡Ah! ¿Por qué las abandoné o por qué me abandonaron?

"Quedaba por ver una carta fechada hacía medio siglo. Me la dictó el maestro de escritura: 'Mamita de mi alma: hoy cumplo siete años. A esa edad ya se discurre; ya sé lo que te debo. Te juro emplear bien la vida que me has dado.

'Tu hijo que te adora, Roberto'.

"Me había remontado hasta el origen. El recuerdo era desconsolador. ¿Y el porvenir? Quise profundizar en lo que me faltaba de vida, y se me apareció la vejez espantosa y solitaria, con su cortejo de achaques y dolencias... ¡Todo acabado para mí! ¡Nadie junto a mí!

"El revólver está sobre la mesa... Es tentador..."

No lean nunca las cartas de otros tiempos! ¡No recuerden viejas memorias!... Así es como se matan muchos hombres en cuya plácida existencia no hallamos el verdadero motivo de su fatal resolución.

FIN

martes, 24 de agosto de 2010

Agapesis - Erotika

Artista: Agapesis
Album: Erotika
Género: Fetish romance (Industrial / Elektro / Gothic / DarkWave)
País: Bélgica
Año: 2009
Formato: Mp3

Tracklist
01. Toxic Phenomenes
02. Erotika
03. Master of Pussies
04. Roter Drache
05. Leather Dreams
06. Perverse Illusion
07. Alice in Dreamsland
08. The Scissorhands
09. Fetish, Sex & Decadence
10. Wild Love
11. Glacial Death
12. The Time of Chaos
13. Nicht Notausgang

http://agapesis.chuz.be/

http://www.agapesis.com/

http://www.myspace.com/agapesis

Do NOT EVER FORGET ABOUT BUY ORIGINAL, in their myspace and other websites you can do it.


Download:


PLEASE BUY DIRECTLY TO ARTISTS, BY THEIR WEBSITES AND SO. PAGES LIKE AMAZON ARE NOT RELATED TO THEM AND DO NOT RESPECT NEITHER THEIR EFFORTS NOR THEIR WORKS. (THEY KEEP ALL THE MONEY, GIVING NOTHING TO THEIR RIGHTFUL OWNERS)
Por favor compra directamente a los Artistas, a través de sus sitios web y sitios por el estilo. Paginas cpmo Amazon no están relacionados con ellos y no respetan ni sus esfuerzos ni sus obras.(conservan todo el dinero, sin dar nada a sus propietarios legítimos)

domingo, 22 de agosto de 2010

Sólo otro despojo

Al fin, desaparece esa prosaica presencia que me hace imposible escribir, dejar caer los sanguinolentos y triturados miembros de mis noches de angustia y miseria.
Los placeres simples han vuelto a mí de rodillas, y de nuevo me apetecen, como último refugio de mi desocupado y hastiado espíritu, que, orgulloso, nunca se empleará en banalidades. Último refugio de una aspiración demasiado magnífica.
… sobre la mesa. Antes, mi novelesco refinamiento me exigía hacer lo posible para evitar enfrentar la indignante vulgaridad, recurriendo a mi lirismo y sus inapelables necesidades; ahora, mi inherente dandismo sólo en su esencia conserva tal sublimación, en realidad, la fuente de ella. Ahora no me importa comer directamente sobre la mesa, abúlica, indolentemente… al menos conservo la sutileza de cerciorarme de que no haya nada repugnante sobre ella. ¿Eso allí era sangre? Ah… no es repugnante, debe ser mía, después de todo. (Y mientras tanto, un demonio se ríe en mi cabeza del vergonzoso pensamiento que continúa allí, a su vista, como una exasperante maldición) Antes, yo jamás hubiera permitido que esa idea perdurara, que ese trasgo me escarneciera. Lo que inspira la idea (y ésta, la risa del trasgo) es ajeno a mí, lejano a mí. Ajeno. Yo, que me jactaba de mi inalcanzable suficiencia.
En retrospectiva, yo jamás…
Ahora soy la pálida ruina de mí misma, y estoy segura de que únicamente en el fondo de ellas puedo ser yo en realidad.
Cada instante, los deseos fenecen, y la furiosa miseria lanza movimientos desesperados, sin más finalidad que la sola desesperación. La idea porfía, el demonio ríe, y yo quisiera bostezar en otro escenario. Los apetitos de hedonista suntuosidad se degradaron a la aspiración del desolado cuartucho que se cae, como pálida sangre con sabor a vinagre. Se cae, pero libremente.
Y quizás me acerco a una cortesana decimonónica e inexistente, quizás mis vicios huirán de sus lechos de desprecio para auxiliar a mi condena. Pero… libremente.
(Lárgate de una vez. Cállate de una vez)
Sólo a través de las ruinas de mí misma puedo ser yo misma, y sé que las lágrimas son patéticas, las esperanzas, inútiles; que hasta los más nimios deseos son excesivos y bien pronto occisos, y sé que terminaré sobre las vías del tren.
Estoy en un punto en el que desear es más un pasatiempo, ya que los deseos… la desesperanza está escarificada en ellos.
¿Tan pronto te has cansado de reír? Ríe, pequeño trasgo, vástago de la degradación. Cuánto me regodeo en tu desprecio. Sigue riendo; tendremos motivos, tú para reír, yo para gozarme en la ácida complacencia de mi superlativa protervidad. Ahora… apaguemos las luces, hundámonos en la narcótica lasitud de la más vacua desolación.
Y te escucharé vejarme, mientras pienso en las vías del tren.
Ninguna luz, ninguna luz…

ARTificial Absinthe

Sin sentido



Abortos de escritos, de actos, de proyectos.
Cadáveres que se niegan a dejar de sangrar y sangre que se niega a pudrirse, o sangre que se niega a dejar de correr y cadáveres que se niegan a pudrirse. Decididamente mi cabeza es un matadero, un muladar sangriento.
¿Y acaso valgo algo? ¿Valer o costar? Espero que sea lo primero, porque, para ser sincera (y puede que lo sea) yo misma me tengo en invaluable. Sí, invaluable, tanto más si el resto del mundo opinara diferente, como de hecho hace. Pero... ¿costar? Nada en el mundo cuesta nada, y yo... nada. Nada en absoluto. Nada, al menos, que no pueda ser pagado... porque así es como funciona, ¿no es así? ¿Eso me convertiría en prostituta? ¿No podríamos usar una palabra más estética? Evat! me parece que he obviado mis caprichos. Capricho grabado sobre mi puerta. Muchos de ellos, valiosos; algunos más, bastante costosos. Considerándolo, es posible que cueste más de lo que debería. Costar no es deseable, de suerte que debiera abaratarme. ¿Eso me convertiría en una ramera? Tal vez no me sea posible bajarme de cortesana.
¿Algo que vale nada puede costar? Tal vez. Pensemos en el orgullo. ¿Acaso cuesta algo? Orgullo y otras cosas de valor. La belleza. Una paradoja. La rareza y el artificio; paradojas. Algunas baratijas disfrazadas de lujos: Artificio. Nada mal. La viperina cortesana caprichosa e inútil no está tan mal… nadie conoce el valor… Pero ahora mismo me desespero por un poco de Absenta con todo su ritual laqueado de poesía y decadencia. ¿Cuánto vale…? … ¿…Callas? …Entonces, ¿cuánto cuesta una botella de Absenta? …Vaya… no tengo esa cantidad… Pero al menos puedes decir mi precio.


ARTificial Absinthe

Rags and Tatters


“Habéis de saber que tengo un pájaro azul en la cabeza, por consiguiente…” *
Frente a un espejo, comenzando ya a reconocerme, de pronto reparé en que él seguía conmigo; pero ¡qué cambiado! Cómo ha cambiado. Y sin embargo, es él mismo. La ruina de sí mismo, la decadencia de sí mismo, la profundización de sí mismo… (un poco más de sombras allí.)
Pajarillo, maldición alada, mira, ¿recuerdas ese escrito?
Y él crasita y yo me asombro de lo que antes nos parecía tan natural.
Pero, no, no lo es, ¿lo ves? No lo era. Tal vez es demasiado natural para ser nuestro. Entonces tú y yo aún no nos asemejábamos tanto a nosotros…. (Tienes razón algo más de palidez estaría bien. Más semejanza, menor naturalidad) Lee muy atentamente este escrito, observa muy bien este estilo. ¿Lo reconoces?
Él crasita y yo me asombro.
Pues tú lo escribiste…. Tú y yo. Y sin embargo, no es nuestro. Son retazos prestados. No como lo que hago ahora: un retazo cinéreo por mi romanticismo incinerado; un destello plateado de lo que sobrevivió a la caída y ahora vive miserable; un jirón deshilvanado por la desesperación; otro de color estático, por el esplín; uno azul por la melancolía; otro más del mismo color, pero tan irreconocible con el anterior, tan distinto en esencia, que se pensaría que si aquél es azul éste no lo es; uno más, granate, por la inanición y sus actos; lívido y deslavado para la enfermedad… y el metálico amargo de la frialdad y la hiperestesia, y el irisado de la afectación, y…
Y todo estrafalariamente suturado con los rojos hilos de la crueldad, refinada y voluptuosa, sobre un fondo negro noche y verde delirio. Los colores (el color) de la locura y la decadencia.
¿Ahora podemos vernos? Vamos, cruel, amargo, vanidoso, aléjate de ese espejo y guarda tus garras cuando vueles dentro… o añadiré a nuestro guiñapo cortantes plumas ajadas.

ARTificial Absinthine
*Ruben Darío