Antes, había un gran pájaro azul con plumas de hierro cortante y una canción elegíaca que se posaba doliente sobre mi hombro y se alimentaba de las amapolas, los abrojos y las malas hierbas creciendo en los resquicios. La soledad y yo nos amábamos y nos alimentábamos uno de otro, y de los muros del castillo que habíamos creado. Tengo un imperio de ego, terror y artificio, donde las torres se han caído de tedio y sus famélicos y enfermos habitantes ya no pueden consumir los muros que se desplomarían, demasiado ruinosos ya, y que cada segundo se corroen ante mis ojos hastiados. La soledad se hastió de mí como yo me hastié de ella; tengo suficiente con mi propia sangre y mi propio veneno verde y negro. El pájaro azul de las plumas como bisturís, comenzó a oscurecerse, gradualmente, mientras la crónica enfermedad que había contraído renovaba sus plumas desde dentro, sin tirarlas, sólo haciéndolas mutar; y el ave se depauperaba y lanzaba súbitos trinos agónicos con su dulce voz de elegía, que comenzaba a tornarse áspera, hasta devenir en graznidos cada vez mas acérrimos. Ahora sonrío cruelmente cuando el macilento pájaro endrino, casi negro, se posa sobre mi hombro y se fatiga, lanzando sus fúnebres y perversas notas que ahora espurrean venablos, atosigados con el odio que succionó de mí una vez, con la probóscide que oculta en su garganta; el odio que en su interior creció como un parásito, aún unido a su fuente en mí, y que fue el origen de su enfermedad. Sonrío cruelmente, porque su azul me comenzaba a exasperar, pareciéndome demasiado natural. Sonrío y le clavo los dientes en las alas, y me fatigo.
Arrastrando mi apatía y mi inexplicable cansancio, miré los trozos de oro engastados en el mercurio; mientras los muros se rompían, el oro me produjo asco y aversión; entonces volví todos los elementos dorados, plateados, y después, cenicientos.
Tengo un imperio de ego, terror, artificio, esteticismo y absurdo. Las navajas endrinas y los espejos que obsesionan, las agonías sensuales y los envenenamientos delirantes, los retruécanos y el maquillaje, las sonrisas crueles que se mueren de hambre, observando criaturas andróginas y asexuales; la belleza enfermiza, las pasiones que perturban, el placer de la crueldad y la estética de las heridas, las hadas verdes, las pesadillas, las cenizas y la enfermedad... y los espirítus que se caen de fatiga y las torres que se caen de tedio... Lo hice cuando se construían castillos en el aire. Resplandece de decadencia... El éter voluptuoso y las ideas mercuriales.
ARTificial Absinthe
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