Al fin, desaparece esa prosaica presencia que me hace imposible escribir, dejar caer los sanguinolentos y triturados miembros de mis noches de angustia y miseria.
Los placeres simples han vuelto a mí de rodillas, y de nuevo me apetecen, como último refugio de mi desocupado y hastiado espíritu, que, orgulloso, nunca se empleará en banalidades. Último refugio de una aspiración demasiado magnífica.
… sobre la mesa. Antes, mi novelesco refinamiento me exigía hacer lo posible para evitar enfrentar la indignante vulgaridad, recurriendo a mi lirismo y sus inapelables necesidades; ahora, mi inherente dandismo sólo en su esencia conserva tal sublimación, en realidad, la fuente de ella. Ahora no me importa comer directamente sobre la mesa, abúlica, indolentemente… al menos conservo la sutileza de cerciorarme de que no haya nada repugnante sobre ella. ¿Eso allí era sangre? Ah… no es repugnante, debe ser mía, después de todo. (Y mientras tanto, un demonio se ríe en mi cabeza del vergonzoso pensamiento que continúa allí, a su vista, como una exasperante maldición) Antes, yo jamás hubiera permitido que esa idea perdurara, que ese trasgo me escarneciera. Lo que inspira la idea (y ésta, la risa del trasgo) es ajeno a mí, lejano a mí. Ajeno. Yo, que me jactaba de mi inalcanzable suficiencia.
En retrospectiva, yo jamás…
Ahora soy la pálida ruina de mí misma, y estoy segura de que únicamente en el fondo de ellas puedo ser yo en realidad.
Cada instante, los deseos fenecen, y la furiosa miseria lanza movimientos desesperados, sin más finalidad que la sola desesperación. La idea porfía, el demonio ríe, y yo quisiera bostezar en otro escenario. Los apetitos de hedonista suntuosidad se degradaron a la aspiración del desolado cuartucho que se cae, como pálida sangre con sabor a vinagre. Se cae, pero libremente.
Y quizás me acerco a una cortesana decimonónica e inexistente, quizás mis vicios huirán de sus lechos de desprecio para auxiliar a mi condena. Pero… libremente.
(Lárgate de una vez. Cállate de una vez)
Sólo a través de las ruinas de mí misma puedo ser yo misma, y sé que las lágrimas son patéticas, las esperanzas, inútiles; que hasta los más nimios deseos son excesivos y bien pronto occisos, y sé que terminaré sobre las vías del tren.
Estoy en un punto en el que desear es más un pasatiempo, ya que los deseos… la desesperanza está escarificada en ellos.
¿Tan pronto te has cansado de reír? Ríe, pequeño trasgo, vástago de la degradación. Cuánto me regodeo en tu desprecio. Sigue riendo; tendremos motivos, tú para reír, yo para gozarme en la ácida complacencia de mi superlativa protervidad. Ahora… apaguemos las luces, hundámonos en la narcótica lasitud de la más vacua desolación.
Y te escucharé vejarme, mientras pienso en las vías del tren.
Ninguna luz, ninguna luz…
ARTificial Absinthe
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